(Con la venia de Marcos Callau)
Quién dijo que la vida no da una última oportunidad. No siempre, pero hay veces que cuando uno cree haber tocado fondo aparece alguien que conoce a alguien, un golpe de suerte, piensas, nervioso, y también que de algo tenía que servir llevar seis meses y cuatro días sin probar una gota. Te dicen: Ve y dile que vas de mi parte, pero ponte algo decente, ¿quieres?, algo que no hayas usado para dormir esta noche, y aféitate. Claro, claro. Y lo haces, sabes que acicalado tienes buen aspecto, a pesar de todo, y que la tuya no es la clase de voz que hay que cuidar, claras de huevo y nada de tabaco ni de bebidas frías, ese tipo de cosas; no, tu voz no, por fortuna, y entonces consigues el trabajo, y cuatro años después resulta ser el más estable que has tenido desde, en fin, el más estable que has tenido nunca. No es lo que soñabas a tus ilusionados veinte años, pero entre unas cosas y otras has cumplido cincuenta y tres, y puedes jurar que el camino ha estado lleno de sinsabores. Pero eso ya pasó. Hubo un tiempo en que te horrorizaba la sola idea de acabar envejeciendo en un mismo trabajo, es cierto, pero ahora no imaginas nada mejor que esto. Te levantas a media mañana y desayunas a solas, en ocasiones con alguno de los músicos. Rara vez coincides a esa hora con los pasajeros: los que no han bajado a tierra –Niza, Livorno, Civitavecchia, Nápoles-, toman el sol junto a la piscina o recorren cualquiera de las tiendas del barco. En el gimnasio sí te cruzas con ellos, claro, y en los pasillos, y en la cubierta principal, es inevitable. Vas de un lado a otro con tus gafas negras y tu panamá terciado, las manos en los bolsillos del pantalón de lino, la camisa suelta. Comes en tu camarote –con agua o zumo- y luego juegas sin entusiasmo a las cartas en el que comparten Gilberto, el contrabajo, y Jordi, el batería. A las once en punto, cada noche, sales al escenario del Sand Lounge, en la cubierta Promenade, esmoquin negro, pajarita ancha y pañuelo rojo asomando del bolsillo de la americana, y ya en la manera de corresponder a los primeros aplausos, con una ancha sonrisa y una leve inclinación del cuerpo, eres puro Sinatra: de eso se trata, y lo haces bien.
Prefieres pensar que no es exactamente una imitación, pero tampoco te engañas. La gente no elige pasar ocho días de sus vacaciones en este hotel flotante para sentarse ahí y escucharte cantar My way o April in Paris o Here’s to the losers, pero a veces, después de tu actuación, alguna solitaria pasajera de mediana edad te ha invitado a su mesa y, jugando azorada con la sombrilla del margarita, te ha dicho: "¿Sabes que me han hablado de ti?" Ocurre de tanto en tanto, y casi nunca acaba siendo una buena historia, no para ti, al menos. Para ti es siempre la misma luna reflejada en el mismo mar.
Ah, pero sabías que este viaje iba a ser distinto. Lo sabías. Te habías acostumbrado a Tino, y ahora que se ha ido para grabar su propio disco y probar suerte, por qué no, tiene talento, bueno pues ahora es necesario ensayar cada tarde con el nuevo pianista, que no es un mal tipo, pero que toca Strangers in the night como el jodido Richard Clayderman. De dónde los sacan. Ocurrió lo mismo hace año y medio, cuando a Donald, el saxo tenor, le contrataron para una gira de verdad. Y tú odias ensayar, odias llevar el papel más allá de las once en punto y el esmoquin, odias tener que hacerle comprender a un nuevo músico que todo es una parodia, el swing, la soltura en el manejo del innecesario cable del micro, esa inconfundible manera de mover la cabeza al ritmo de la música, el bourbon que finges beber entre canción y canción, y que no es sino té frío. Todo. Odias pensar que Donald, que Tino, tan jóvenes, y una gira de verdad, un trabajo de verdad, algo que todavía es porvenir. Es lo mismo, siempre. Acaban tocando como tú les pides que lo hagan, pero no te respetan. Ojalá no fueran tan jóvenes, ojalá no lo hubieras sido tú hace tanto tiempo, ojalá hubieras nacido la tarde que aceptaron contratarte y esto fuera exactamente lo que siempre soñaste con alcanzar, justo esto mismo, por ridículo que sea, porque entonces no te vendrían nunca estas ganas de echarlo todo a rodar, y de cambiar el té por algo que devolviera el calor a tu cuerpo, algo que fuera verdad, algo que merecieses, no estos cuatro años, seis meses y cuatro días, no una última oportunidad que nadie había pedido.
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... Canción que podría traducirse más o menos así...
Éste por aquellos que aman de una forma no demasiado juiciosa, y lo saben, pero aún así lo hacen realmente bien,
Por la chica que suspira de envidia cuando oye campanas de boda,
Por ese tipo que celebraría una fiesta si tuviera a alguien a quien invitar.
Éste es por los perdedores, benditos sean todos.
Éste por aquellos que se beben la cena cuando la dama no acude a la cita,
Por la chica que anhela besos bajo el muérdago,
Por los amantes solitarios de verano, cuando las hojas empiezan a caer.
Éste es por los perdedores, ah, sí, benditos sean todos.
Hey, Tom, Dick, Harry, cualquiera de vosotros, entrad y resguardaos de la lluvia,
Y ahogad en champán todo ese amor no correspondido.
Éste es el último brindis de la noche, y es por aquellos que aún creen
Que todos los perdedores serán ganadores, que todos los que dan recibirán.
Éste por un mañana sin problemas, en el que puede que todas tus penas se hagan pequeñas.
Éste es por los perdedores, benditos sean todos.
Hey, Tom, Dick, Harry, entrad y resguardaos de la lluvia,
Hey, Tom, Dick, Harry, entrad y resguardaos de la lluvia,
Y ahogad en champán todo ese amor no correspondido.
Éste es el último brindis de la noche, y es por aquellos que aún creen
Que todos los perdedores serán ganadores, que todos los que dan recibirán.
Éste por un mañana sin problemas, en el que puede que todas tus penas se hagan pequeñas.
Éste es por los perdedores, éste es por los perdedores, éste es por los perdedores,
Benditos sean todos ellos.